martes, 3 de febrero de 2009

GENESIS 24: 1-67.

Se advierte un hermoso paralelo (comparación) entre la misión que realiza el siervo de Abraham por conseguir una esposa para Isaac, y la obra del Espíritu Santo en preparar a una novia para Jesucristo.


Al igual que el siervo no habló de sí mismo en casa de Rebeca, el Espíritu Santo tampoco habla por su propia cuenta, por el contrario habla a cerca del Hijo de la promesa (Juan 16:13-15) De la misma manera que el siervo le obsequió a Rebeca cosas preciosas como anticipo de las riquezas de Isaac, el Espíritu Santo ofrece dones y las arras del Espíritu a la iglesia ( 2 Cor. 1:22).


Como Rebeca, creyó y amó a Isaac su prometido, sin haberlo visto, del mismo modo el creyente sin verle, cree en Jesucristo, lo ama y se alegra con gozo inefable.(1ª Pedro 1:8). Finalmente se determina, el largo viaje que tuvo que emprender Rebeca para desposarse con su prometido; ese largo recorrido constituye la imagen de la jornada del cristiano para llegar a su Hogar Celestial.

Por Luís Alfredo González Sosa